La celebración del Día de Muertos en México brinda una oportunidad única para reflexionar sobre la muerte y la impermanencia, conceptos fundamentales en el budismo tibetano. En ambas tradiciones, aunque distintas en su origen, la muerte no se considera un final definitivo, sino una transición y un recordatorio de la naturaleza transitoria de la vida. Desde esta perspectiva, aceptar la muerte como algo natural ayuda a liberar la mente del apego y el miedo, que generan sufrimiento. Así, la muerte se ve como un cambio necesario y no como una pérdida definitiva.

Para un practicante budista, uno de los mayores desafíos es ver cada situación como una enseñanza. En el budismo tibetano, esta actitud se conoce como “medios hábiles” (upaya) y se refiere a la capacidad de aprovechar cualquier experiencia vital para profundizar en el Dharma. Esta idea es un principio esencial en las enseñanzas budistas, y nos invita a ver el Dharma (el camino) en cada momento, incluso en situaciones difíciles o dolorosas. En el contexto del Día de Muertos, un practicante puede ver esta celebración como una oportunidad para practicar la compasión, el desapego y el agradecimiento hacia quienes ya no están, utilizando la memoria de los seres queridos como un recordatorio de la naturaleza efímera de la vida.

Los “medios hábiles” son un recordatorio de que cualquier circunstancia puede convertirse en una oportunidad de transformación y crecimiento.

Este enfoque permite convertir el Día de Muertos en una práctica espiritual. No sólo se honra a los difuntos con respeto y gratitud, sino que también se cultiva la atención al recordar nuestra propia mortalidad y la transitoriedad de todas las cosas.

Prepararse para la muerte no sólo está en el ámbito de la meditación; cada acto visto como si fuera el último brinda la atención suficiente para reconocer que poseemos una preciosa vida humana. Este enfoque invita a vivir conscientemente, haciendo que cada momento y cada decisión cuenten. Para quienes adoptan esta práctica, la muerte se convierte en un recordatorio constante de lo efímero de nuestra existencia y de la importancia de desarrollar una mente atenta y compasiva. Como expresó Milarepa: “El que prepara su mente con diligencia para la muerte, descubre que nada le falta en su partida.” Esto sugiere que, al vivir con un propósito claro y un sentido de gratitud, podemos dejar este mundo con serenidad, sin apegos que nos retengan.

En el contexto del Día de Muertos, el recordatorio de la impermanencia puede ayudarnos a apreciar más profundamente nuestras conexiones y nuestras acciones en vida. Reflexionar sobre la finitud de la existencia y sobre los que ya partieron permite al practicante comprender el verdadero valor de vivir con propósito. Esta reflexión va más allá de un mero ejercicio intelectual; se convierte en un llamado a la acción, a vivir cada día con el deseo de dejar un legado de amor y compasión. Cada celebración, cada altar, y cada oración se transforman en un acto de conciencia que nutre nuestra mente, recordándonos que, al honrar a quienes han partido, también estamos reflexionando sobre nuestra propia muerte.

Las enseñanzas budistas tibetanas nos invitan a mantener una actitud vigilante y de plena consciencia en cada acto, convirtiendo así la vida diaria en un terreno fértil para la práctica espiritual, en la que la preparación para la muerte se transforma en una vivencia profunda del presente.

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