Estefanía Duque explora cómo la obra de Charles Dickens, Cuento de Navidad, nos ofrece lecciones atemporales sobre el karma, la compasión y la transformación desde la perspectiva de la práctica budista.

Publicado originalmente en Lion’s Roar

“A Christmas Carol” illustration By T. Leech from Junior Classics Book 6, “Old Fashion Tales,” 1918. Page 258 and 259.

Probablemente te has encontrado con alguna versión del Cuento de Navidad de 1843, de Charles Dickens, donde el infame Ebenezer Scrooge detesta las fiestas y se obsesiona con el dinero, hasta que un fatídico año recibe la visita de su difunto socio y de los “Fantasmas de las Navidades Pasadas, Presentes y Futuras”, quienes le advierten sobre las consecuencias kármicas de sus actos. Como practicante budista y amante de la literatura, siempre busco enseñanzas de dharma dentro de las historias. PosiblementeCuento de Navidad sea el ejemplo navideño por excelencia.

Al principio de la historia, conocemos a Fred, el compasivo sobrino de Scrooge, el primero que intenta animarle hacia el cambio. El acercamiento amable y compasivo de Fred no parece conmover en absoluto a su tío, así que vemos cómo entran en acción fuerzas más «agresivas». El primer espíritu visitante es Jacob Marley, el difunto socio de Scrooge. Jacob le cuenta a Ebenezer cómo su propio apego ha creado una “cadena”, que los budistas podrían reconocer como el propio karma:

Llevo la cadena que forjé en vida, (…) la hice eslabón a eslabón, y yarda a yarda; me la ceñí por mi propia voluntad, y por mi propia voluntad la llevé. (…) ¿sabrías (…) el peso y la longitud de la fuerte cadena que tú mismo llevas?.

Marley insiste en que una vida de bondad amorosa, generosidad y virtud es el camino ulterior a seguir, advirtiendo a Scrooge que, de lo contrario, podría acabar siendo un fantasma como él. Ciertamente no existe garantía de dónde renaceremos. Para obtener una preciada vida humana, una de libertad y oportunidades, orientada hacia el objetivo último de alcanzar la misma sabiduría y compasión que los budas, debemos prestar atención a estas advertencias. Eso es lo que Marley podría llamar “nuestro verdadero negocio”, algo por lo que se esmera un bodhisattva.

Advertido y asustado, Ebenezer se da cuenta de que necesita cambiar. Con la ayuda de lo que podríamos entender como sus «demonios» -manifestaciones con la única misión de guiarle hacia el camino del bien- emprende un viaje transformador. Desde el punto de vista budista, estos demonios podrían considerarse deidades airadas que, aunque aterradoras en apariencia, pretenden guiarnos hacia la iluminación.

El viaje de Scrooge comienza entonces con el Fantasma de las Navidades Pasadas, que le muestra a sí mismo como un niño triste y solitario. Cuando el Espíritu le ve llorar y le pregunta por qué, Scrooge responde que hace poco había rechazado a un niño que cantaba un villancico y ahora desearía haber sido generoso con él. Resulta que, como se ha dado cuenta, las personas a las que consideraba despreciables no eran tan distintas a él. Scrooge ve que el dolor que padeció de niño perdura en su corazón, dando forma a su vida actual. Para mí, esto concuerda con las Cuatro Nobles Verdades: el sufrimiento existe, tiene una causa (la ignorancia), puede cesar y el Noble Óctuple Sendero muestra el camino. Reconocer las raíces de nuestro trauma de acuerdo con la Segunda Noble Verdad -tal y como debe hacer Scrooge- nos permite afrontarlo y disolverlo, allanando el camino hacia la felicidad.

No todo el pasado de Scrooge fue sombrío: recuerda con cariño el amor de su hermana y los alegres momentos festivos en el baile del Sr. Fezziwig. Aunque era un hombre de negocios, Fezziwig dirigía a sus aprendices y empleados con bondad amorosa. Cuando el Fantasma de las Navidades Pasadas cuestiona el valor de la generosidad de Fezziwig, Scrooge declara que llevar la felicidad a los demás era su verdadero valor.

A continuación, aparece el Fantasma de las Navidades Presentes, y Scrooge está más dispuesto a ir con él esta vez. Esto refleja lo que ocurre cuando empezamos a practicar el dharma: cuanto más abiertos estamos a la introspección, más llegamos al espacio seguro del presente. Nos damos cuenta de que tenemos más que ganar con la introspección y la meditación que huyendo del pasado o viviendo en el futuro.

A veces, sin embargo, buscamos a otro a quien culpar por el sufrimiento en el mundo. Cuando Scrooge pregunta al Fantasma de las Navidades Presentes por qué él y otros como él permiten que existan el dolor y el sufrimiento, el Fantasma responde que la culpa es de los seres humanos que dicen encarnar valores nobles pero realizan acciones no virtuosas. El Fantasma insta a Scrooge a centrarse en cambiar las acciones humanas en lugar de esperar que intervengan fuerzas externas.

A menudo, olvidamos que debemos encarnar nuestras propias creencias. No se trata de mirar hacia fuera y preguntarse por qué los budas y bodhisattvas permiten que haya miseria en el mundo; sabemos que eso está más allá de sus capacidades. Si creemos que el mundo debe ser bueno, es nuestro deber ser ese bien nosotros mismos.

Cuando Scrooge es llevado a ver a la familia de su empleado, Bob Cratchit, observa cómo se regocijan con una humilde comida. Conmovido por la escena, especialmente por el hijo discapacitado de Bob, el pequeño Tim, de corazón de oro, suplica que el Fantasma le diga si vivirá, pero le responde que no. Scrooge se horroriza, pero el Fantasma le recuerda que no hace mucho él mismo se había mostrado indiferente ante la muerte de otras personas. 

En el budismo Mahayana, solemos hacer la plegaria: «Que todos los seres sensibles, que han sido mis madres, ilimitados como el espacio, tengan la felicidad y las causas de la felicidad…». Recitamos estas palabras con la esperanza de que todos los seres se liberen del sufrimiento. Pensar en todos los seres de esta manera pone las cosas en perspectiva. Cuando pensamos en un desconocido, puede que no nos importe tanto; pero cuando pensamos en alguien como nuestra propia madre, eso cambia todo. No conocer personalmente a alguien no significa que ese alguien no merezca ser feliz.

Cuando practico la meditación de introspección y observo mis errores, me gusta volver a imaginar las cosas como si me hubiera conducido sabiamente. Esto le ocurre también a Scrooge cuando su corazón se ablanda y reflexiona: «Podría haber cultivado las bondades de la vida para su propia felicidad con sus propias manos». Llega a comprender el papel que ha desempeñado en su experiencia de la felicidad, o de la ausencia de la misma.

El Fantasma muestra a Scrooge a su sobrino celebrando la Navidad y deseándole lo mejor, y luego un mosaico de sus semejantes, algunos de ellos enfermos o en la cárcel, pero todos capaces de encontrar alegría. Si algo como la riqueza material fuera inherentemente la causa de la felicidad ulterior, como diría mi maestro, Lama Tony Karam, todos los que la tuvieran lo serían. Según ese criterio, Scrooge habría sido feliz. De la misma manera, si algo fuera la fuente genuina del sufrimiento, como la enfermedad o la prisión, el espíritu de la alegría navideña jamás aparecería. Es un maravilloso recordatorio de la vacuidad.

Más tarde, Scrooge observa a dos niños extraños a los pies del Fantasma. “Este niño es la Ignorancia. Esta niña es el Deseo», dice el Fantasma. «Sobre todo, ten cuidado con este niño, porque en su frente veo escrito lo que es la Perdición, a menos que se borre lo escrito”. En este punto, Dickens señala los venenos de la ignorancia y el apego, haciendo hincapié en que la ignorancia es la fuente del sufrimiento a menos que hagamos algo al respecto.

Finalmente, Scrooge conoce al Fantasma de las Navidades Futuras. A diferencia de los demás, este fantasma no muestra rostro, no habla y tiene un aspecto mucho más oscuro. Como el propio futuro, el fantasma encarna una misteriosa incertidumbre. “Te temo (…) Pero como sé que tu propósito es hacerme bien, y como espero vivir para ser otro hombre distinto de lo que fui, estoy preparado”, le dice Scrooge al fantasma final.

En la Navidad del futuro, la muerte ha alcanzado a Scrooge. No queda nadie que lo extrañe o lo llore. Aunque se niega a ver su propio rostro sin vida, vislumbra su nombre grabado en una lápida. Ese momento basta para transformarle:

“Los cursos de los hombres presagian ciertos fines, a los que, si se persevera en ellos, deben conducir (…) Pero si los cursos se desvían, los fines cambiarán”.

Causas y condiciones constituyen el karma. Las causas estaban presentes, pero no era demasiado tarde para purificarlas. Tras su experiencia con los fantasmas, Scrooge se despierta decidido a transformarse. Ha sido dotado de los Cuatro Poderes: Refugio (tiene la motivación para cambiar y un grupo de apoyo que le ayude), Arrepentimiento (se retracta de sus actos), Antídoto (está a punto de intentar enmendar todas sus faltas) y Determinación (nunca volverá a ser el mismo).

Scrooge sale corriendo a la calle, muestra bondad y alegría a todos los que le rodean, compra un pavo grande y le da un aumento a Bob Cratchit (cambiando el destino del pequeño Tim para que ya no muera joven), y pasa la Navidad en casa de Fred. Podemos deducir de este final que cuando Scrooge eventualmente fallece, lo hace con paz y generosidad en el corazón, rodeado de gente que le quiere y extraña.

Dickens termina Cuento de Navidadmagníficamente: «Y siempre se dijo de él, que sabía celebrar bien la Navidad». Como deseo de bondad amorosa y ecuanimidad, añade: «¡Que eso se diga realmente de nosotros, de todos nosotros! (…) ¡Que Dios nos bendiga a todos!».


SOBRE ESTEFANIA DUQUE

Estefanía es licenciada en Lenguas Modernas e Interculturalidad por la Universidad De La Salle Bajío. Creció en la calidez de la comunidad budista de Casa Tibet México y actualmente estudia tibetano con la aspiración de traducir el Dharma directamente del tibetano al español.

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