Por Lama Tony Karam:
De acuerdo con la tradición budista, desde tiempos sin principio hasta el presente, nuestra vida ha sido determinada por el karma, una acumulación de hábitos y tendencias físicas, mentales, emocionales y comunicativas que hemos generado a lo largo del tiempo. Debido a estos condicionamientos, se afirma que carecemos de genuina libertad. Cuando una de las muchas semillas kármicas que hemos sembrado en nuestro continuo mental se encuentra con las causas propicias, da lugar a un resultado: una experiencia cotidiana que puede ser agradable, desagradable o neutra.
El resultado general de una vida determinada por la ignorancia o el desconocimiento crónico de la realidad es el renacimiento en el samsara, un ciclo de existencia caracterizado por renacimientos recurrentes e incontrolables, dolor, insatisfacción y sufrimiento. Tras la transición de la muerte clínica o el doloroso trance de morir, la consciencia pasa por una fase de existencia intermedia previa al renacimiento, llamada Bardo o estado intermedio kármico, para luego, dependiendo de una variedad de causas y condiciones, experimentar un renacimiento más definitivo en alguno de los múltiples reinos del samsara.
A modo de metáfora, podríamos decir que el karma es la semilla que se deposita dentro del flujo de la conciencia causal, que, al ser fertilizada por las causas de maduración del deseo y el apego, permite que esta semilla germine en una conciencia resultante, el fundamento del renacimiento.
Si en nuestra vida han predominado los estados de conciencia y acciones positivas, es probable que al iniciar el trance de la muerte estas propensiones florezcan. Si nuestras vivencias, en cambio, han sido perniciosas, la tendencia que se manifestará en el momento de la muerte será negativa. Si hemos acumulado potenciales tanto positivos como negativos en igual medida, es incierto cuál de los dos ejercerá influencia determinante durante la transición de la muerte.
Estos hechos son de suma importancia, ya que si al comenzar el proceso de la muerte nuestra mente se encuentra en un estado virtuoso, como el amor, la renuncia o la compasión, tanto la muerte como el bardo serán pacíficos y el nacimiento posterior afortunado, es decir, en un reino de existencia superior. Pero, si nos controlan estados negativos como el apego, el odio o la avaricia, la muerte y el bardo serán confusos y dolorosos, y el nacimiento posterior será desafortunado, en un reino de existencia inferior.
Una persona que ha vivido una existencia ética o correcta, pero que en los últimos momentos de su vida es dominada por un estado mental negativo, puede tener un bardo y nacimiento negativos. Sin embargo, la virtud acumulada no se pierde y florecerá como causas constructivas dentro de su nueva vida. Por el contrario, una persona que ha llevado una vida malvada, pero que en sus últimos instantes genera un estado mental muy positivo, puede experimentar un bardo y un nacimiento afortunados, aunque arrastrará consigo su karma negativo, experimentando inexorablemente sus resultados en el futuro, a menos que logre purificarlo. Esto se puede comparar con un equipo de fútbol que, aunque haya perdido varios partidos, si gana el último y decisivo, se proclama campeón; mientras que otro equipo que ha sido más regular en sus victorias, si pierde en la final, queda descalificado. Desde la perspectiva budista, cuando empieza el proceso de la muerte jugamos “la gran final”.
En los momentos difíciles del trance de la muerte, los familiares del moribundo deben procurar crear un ambiente tranquilo y relajado a su alrededor, tratando de no provocarle aversión o apego. Si la persona moribunda es de naturaleza religiosa, sería constructivo recordarle sus prácticas y rituales para brindarle tranquilidad y esperanza. En el caso de una persona de filiación budista, se le pueden recitar textos o mantras al oído, hablarle del amor, la compasión y el refugio en las Tres Joyas: Buda (la meta), Dharma (el camino) y Sangha (la comunidad). Sin importar su religión, se le debe ayudar a recordar sus objetos de fe y sus oraciones; si es una persona no religiosa, se le debe ayudar a morir en paz.
El método para transformar la muerte, el bardo y el renacimiento en senderos hacia la Iluminación lo ofrece el Tantra Superior o Anuttara Yoga Tantra. Este método tántrico consta de dos fases: el estado de generación y el de perfección. La primera transforma estos tres trances de manera indirecta y la segunda, directamente. No obstante, es importante que la práctica tántrica se base en tres aspectos principales del camino hacia la Iluminación: la renuncia, el desarrollo de una mente altruista y la comprensión de la vacuidad.
Desde tiempos sin principio y vida tras vida, hemos experimentado la muerte, el estado intermedio y el renacimiento. Para abordar el proceso de la muerte según la experiencia humana, la tradición budista contempla como indispensable explorar la naturaleza de nuestra propia existencia. El ser humano está compuesto por seis sustancias, que se pueden clasificar de dos maneras. La primera describe una entidad con varios elementos constitutivos: tierra, agua, fuego, aire, canales y gotas; la segunda clasifica estos elementos como aspectos materiales: hueso, tuétano y semen, provenientes del padre, y sangre, piel y carne, provenientes de la madre. A través del proceso reproductivo, nuestros padres nos proporcionan el cuerpo físico que sostiene nuestra vida biológica. Sin embargo, la tradición budista sostiene que la mente o conciencia no surge solo como una propiedad emergente del organismo físico, sino que es una entidad inmaterial, caracterizada como mera claridad y darse cuenta.
Todo ser humano posee un cuerpo burdo, que podemos ver y tocar, uno sutil, compuesto por canales energéticos, vientos o energías sutiles, centros de energía y gotas neurales, y un cuerpo aún más etéreo conocido como el cuerpo más sutil, donde reside la conciencia primigenia o luz clara de la mente.
Durante el proceso de la muerte, el cuerpo burdo se disuelve en el cuerpo sutil, y este en el muy sutil. De igual forma, existen tres niveles de conciencia o mente. Las conciencias sensoriales físicas (auditiva, gustativa, táctil, visual y olfativa) son consideradas burdas; la conciencia mental tiene tres niveles: burdo, sutil y muy sutil, donde las ochenta concepciones mentales pertenecen a la conciencia burda. La mente muy sutil se conoce como la Luz Clara de la Muerte.
Durante el proceso de la muerte, todas las energías internas que fluyen por los innumerables canales del cuerpo se retraen primero en los canales laterales y, de allí, pasan al canal central, donde permanecen y se disuelven, provocando los distintos signos y experiencias característicos de la muerte.
A lo largo del trance del morir, la persona experimenta dos tipos de signos: externos e internos. Los signos internos son ocho visiones que ocurren cuando los elementos (tierra, agua, fuego y aire) dejan de funcionar en el cuerpo; el primero en absorberse es el elemento tierra, y el proceso culmina con la manifestación de la Luz Clara de la Muerte.
Para la tradición budista, es fundamental conocer este proceso en detalle, pues incentiva la práctica de los tres principales aspectos del camino: la renuncia, la generación de una mente altruista o bodhichita, y la comprensión de la vacuidad o naturaleza última de la realidad, denominada sunyata. Así, nos preparamos para morir con un verdadero refugio interior, convirtiendo esta experiencia en una plataforma para nuestra eventual liberación o iluminación.
Los signos del proceso de disolución
Los signos externos e internos de la disolución se presentan en fases:
- Primera disolución (Elemento Tierra): Se debilita el cuerpo, que pierde estabilidad. Aparecen signos como la sensación de hundimiento, extremidades laxas y pérdida de control. Internamente, el moribundo percibe un espejismo, resultado de la disolución del elemento tierra en el agua.
- Segunda disolución (Elemento Agua): Al disolverse el elemento agua, los líquidos corporales comienzan a secarse, y el sentido del oído se debilita hasta desaparecer. La persona experimenta una apariencia interna de humo, como una neblina o vapor, al disolverse el agua en el fuego.
- Tercera disolución (Elemento Fuego): La temperatura corporal disminuye y el sistema digestivo se detiene. Internamente, se perciben chispas o destellos, producto de la disolución del fuego en el aire.
- Cuarta disolución (Elemento Aire): El cuerpo pierde movilidad y el ritmo respiratorio se vuelve imperceptible. Es en este punto donde el aire se disuelve en la conciencia, lo que puede interpretarse como el cese de la vida física. Internamente, se percibe la apariencia de una llama moribunda.
- Quinta disolución (Apariencia Blanca): Las energías internas o “aires” se concentran en el canal central, provocando una visión clara y luminosa similar a un cielo nocturno iluminado por la luna. Esta apariencia ocurre cuando la gota blanca situada en la coronilla desciende hasta el corazón.
- Sexta disolución (Rojo en Aumento): El ascenso de la gota roja, situada en el ombligo, provoca una visión rojiza similar a un cielo al atardecer. Esta es una percepción muy sutil que marca la entrada al estado más profundo del trance de la muerte.
- Séptima disolución (Oscuridad Cercana al Logro): Las gotas blanca y roja se encuentran en el chakra del corazón, creando una “cajita” de energía que lleva a la experiencia de oscuridad total, comparada a un cielo nocturno sin luz.
- Octava disolución (Luz Clara de la Muerte): Esta es la visión final y más sutil. Se describe como una mente luminosa, comparable a un cielo despejado al amanecer, libre de cualquier fuente de contaminación. La Luz Clara es la base de la continuidad de la conciencia, y su aparición marca el final del proceso de la muerte.
Para un practicante avanzado o un yogui, este proceso es una oportunidad para reconocer y estabilizar la conciencia en su estado puro. En la tradición tibetana, el cuerpo del difunto permanece en su casa hasta transcurridos dos o tres días, tiempo en el que su mente más sutil puede permanecer en el estado de Luz Clara. El objetivo de conocer y familiarizarse con estas etapas es ayudar a los individuos a lograr una preparación para la muerte que les permita, idealmente, alcanzar la iluminación o liberación final del ciclo del samsara.
Este material ofrece una visión profunda sobre el proceso de la muerte en la tradición budista tibetana, destacando su propósito: liberar a la conciencia de la esclavitud kármica y prepararla para el renacimiento, o en el mejor de los casos, para la Iluminación.